Sobre las fotos viejas y los diciembres sangrientos.
Todos los días
reabro mi herida.
Le echo un poco de sal
un poco de agua oxigenada
y un par de fotos viejas.
Achino el rostro
aprieto las muelas
acurruco las piernas.
Hay que bancarse el dolor de alguna forma.
Vino un médico.
Me habló de lo mismo de siempre:
extrañitis aguda.
Me dijo que tenía que alejarme de la sal
y alejarme del alcohol
y quemar todas las fotos
todo lo que hay en mi corazón.
Después vino una doctora
pero ella me habló de otra cosa:
me habló de diciembres sangrientos y cacerolas rotas.
Me dijo que salga a la calle
y que largue toda la bronca.
No me recetó nada para la culpa.
Cuando por fin me quedé sola
observé un pequeño frasco de sal en la esquina.
Eran dos segundos
lo que me llevaba
acercarme
y hacerme mierda.
Y lo hice.
Lo hice reiteradas veces.
Pero el dolor era tanto
y el cuerpo desprendía de sí tanta bronca
que me recosté en una cama
con una sábana blanca
y un acolchado destendido.
Y pegué mi espalda contra el colchón
y dejé que las lágrimas afloren mi piel.
Dejé que la herida sangre por un rato
y entonces me desperté.
No puedo tapar el sol con la mano.
Las banditas son demasiado diminutas como para tapar un agujero negro.
Pero, ¿cómo se sigue adelante?
¿Con qué cubro la herida?
reabro mi herida.
Le echo un poco de sal
un poco de agua oxigenada
y un par de fotos viejas.
Achino el rostro
aprieto las muelas
acurruco las piernas.
Hay que bancarse el dolor de alguna forma.
Vino un médico.
Me habló de lo mismo de siempre:
extrañitis aguda.
Me dijo que tenía que alejarme de la sal
y alejarme del alcohol
y quemar todas las fotos
todo lo que hay en mi corazón.
Después vino una doctora
pero ella me habló de otra cosa:
me habló de diciembres sangrientos y cacerolas rotas.
Me dijo que salga a la calle
y que largue toda la bronca.
No me recetó nada para la culpa.
Cuando por fin me quedé sola
observé un pequeño frasco de sal en la esquina.
Eran dos segundos
lo que me llevaba
acercarme
y hacerme mierda.
Y lo hice.
Lo hice reiteradas veces.
Pero el dolor era tanto
y el cuerpo desprendía de sí tanta bronca
que me recosté en una cama
con una sábana blanca
y un acolchado destendido.
Y pegué mi espalda contra el colchón
y dejé que las lágrimas afloren mi piel.
Dejé que la herida sangre por un rato
y entonces me desperté.
No puedo tapar el sol con la mano.
Las banditas son demasiado diminutas como para tapar un agujero negro.
Pero, ¿cómo se sigue adelante?
¿Con qué cubro la herida?
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