Licor Borravino

Uno, dos , tres tragos...

Y escupí todo. Demasiado calor no combinaba con una bebida tan caliente. En busca de la salida solo me encontré tirada sobre el lavatorio de la cocina con la canilla abierta y los ojos hinchados. Ese día, especialmente ese día, fue el peor de todos. Peor que todos los anteriores. Desde que pasó lo que pasó, no logro recuperarme. Cualquier palabra, cualquier suspiro... es suficiente para llorar durante horas.


Uno, dos, tres tragos...

Sigo teniendo el efecto, el sabor en la boca. Los ojos siguen rojos, pero esta vez se suman las ojeras. Si quería esconder mis sentimientos, precisamente no era el día oportuno para hacerlo. Todo dolía. Absolutamente todo. Como si me faltara algo. Como si me faltara alguien. Como si conmigo misma... no fuese suficiente.


Uno, dos, tres tragos...

Dolían las risas, los recuerdos. Dolía ser siempre la boluda que no salía adelante. Dolía no reconocerme, dolía saber toda la verdad. Dolía el pasado, ese de la infancia. Dolía porque ese era el culpable de todo.


Uno, dos, tres tragos...

Se me caía la cara del sueño. Estaba completamente sola. Entonces recibí un mensaje: una invitación a reírme con amigas. Las 2 horas que llevaba despierta no impidieron correr a bañarme, me lo imaginaba todo. Un patio, una cerveza fría (para ellas), un atardecer, y alguna que otra carcajada. Pero las preguntas me invadieron: ¿Y si no había tema de conversación? ¿y si no sabíamos de qué hablar? ¿y si la presión comenzaba a invadirme? ¿estaba bien vestida? ¿no era todo muy ridículo?

Entonces terminé sola. Con los pies tiritando sobre el pasto. Con las lágrimas regándolo. Y las pisadas eran cada vez más fuertes porque el dolor era cada vez más fuerte. Inhalando, exhalando... siempre terminaba igual.


Uno, dos, tres tragos... 

Sola. Así era como todo terminaba. Con 18 años, los flashbacks atacaban como si estuviese en la primaria. ¿Qué problema había conmigo? ¿Acaso todos tenían algo que hacer cuando los invitaba? Y la ansiedad me congelaba, me hacía más vulnerable todavía. No, eso era imposible. Entonces la mente empezaba a maquinar: algo había. (¿Seré demasiado tonta, demasiado aniñada, demasiado aburrida? Pero... no entiendo...) Y entonces decía que no, porque por cada pregunta sumamente idiota que la ansiedad me hacía, más lloraba. Más fuertes eran las pisadas. Entonces trataba de respirar, de no pensar. De creer que todo era una bella y sublime coincidencia.


Uno, dos, tres tragos...

Caí. La mirada estaba dirigida hacia el techo. Los ojos fijos, pero perdidos. No sé que miraba en ese momento. Solo se que sollozaba. Y de a poco... de a poco mi cuerpo se iba amoldando a la cama. Por fin el sueño comenzaba a hacer efecto. Por fin la ansiedad y la inseguridad no ganaban la batalla. Abatida, perdida... cerré los ojos. Me habré dormido en menos de dos minutos, olvidándome de todo: de las lágrimas, de ese trago, del sabor a chocolate mezclado con tristeza, de los pies en el pasto y de esa parte que "me faltaba".



Porque, que tonta, no me faltaba nada.



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