Contra las cuerdas

El cielo estaba rosado entonces comencé a correr por toda la casa. Últimamente estaba aficionada con la fotografía, por lo que cada momento especial debía quedar retratado en esa cámara. No había sido un buen día. Aquellas flores rosadas se volvían tridimensionales y combinaban a la perfección con el color del atardecer.

Nadie sabía dónde estaba la cámara, por lo que decidí disfrutar el momento, grabarlo en mi memoria. Entonces salí de nuevo al patio. Caminé y caminé. Crucé el portón y llegué hasta el fondo. En ese entonces, no tuve peor idea que ponerme a pensar. ¿Sabés de quién me acordé?

Si. Exacto.

Y entonces mi mente comenzó a hilar hacia el pasado haciendo exactamente lo mismo. Vos en lugares. Vos en una reunión familiar. Vos en esta ciudad encantada que cada vez se transforma más en mi lugar en el mundo. Vos sentado en esa mesa mientras mi tío habla en voz alta y todos se le ríen, pensando si vos también serías capaz de hacerlo como yo lo hice. Vos escuchando hablar a mi otro tío sobre tu cristina eterna despotricando contra todo a su paso. Vos riéndote de los chistes, las ironías y el sarcasmo de Rody. Vos... en todos lados. En ese momento. Con ese cielo. Al lado mio.

Y en ese momento, te odié. En realidad, lo que realmente odio es no poder sacar mi cabeza de todos los recuerdos casi nulos que tengo. Odio no poder superar esta fantasía de cuento inverosímil que hace tanto me inventé. Me odio a mi, por odiarte tanto, porque vos no tenes la culpa de nada. Qué curioso. El otro día justo me estaba acordando qué carajo me había enamorado de vos. De repente, por un segundo y solo un maldito segundo te vi como un chico normal. Pero entonces me acordé... me acordé de la cultura adolescente y me acordé de verte mientras no parabas de escribir. Me acordé de verme encerrada, de verme contra las cuerdas. De ver las cuerdas en mi mente, los recuerdos, las canciones de Ryan Adams...

Y entonces me golpeé. No recuerdo exactamente con qué me golpeé pero no me moví un solo centímetro desde donde estaba. No, nadie me había tirado algo encima, no me había caído una rama. No, yo seguía parada en el mismo lugar mirando hacia el mismo cielo. Fue entonces cuando sentí que alguien llamó a mi nombre.

Habían encontrado la cámara.

Pero el cielo... el cielo rosado ya se había ido.




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