la paz nunca fue una opción

Mis amigues dicen que fue un gran año. Pensaba: ¿cuántas chances había de vivir trescientos eventos canónicos y tener la fortaleza de accionar en cada uno de ellos? ¿cuántas posibilidades habían de llegar viva a diciembre? Cero. Llegué viva igual. Las amigas te salvan, y si no te salvan te levantás y te vas, ¿me escuchaste?

Un día me desperté con un mensaje de una amiga que decía "quiero que gobiernes el mundo". Le saqué captura y lo guardé en favoritos. El amor, este año, me salvó. A veces pensás que ya estás grande para conocer la amistad, pero la vida siempre termina sorprendiéndote. El otro día viví un momento que nunca pensé que iba a llegar, con el que la Agustina de 16 años que escuchaba Bicho de ciudad para tener ganas de vivir sólo podía soñar. Yo también creo que los reboot están sobrevalorados, y que no podemos vivir de la nostalgia, pero después pienso en todas las Agustinas que alguna vez tuvieron 16 y no tenían muchas ganas de estar en este mundo y me quedo tranquila. Algunas vueltas no son para todos, sólo son para ellas.

Cuando volvimos vi algo que mi hizo llorar. Siempre pasa algo que me hace llorar. 

El año lo arranqué con una mujer odiándome. Lo hablamos un montón de veces. Él siempre me decía: yo la conozco, y yo sé que te cuesta entenderlo, pero ella te quiere. Él siempre fue muy sabio. A pesar de que nuestras vidas siguieron caminos diferentes, me dejó dos o tres frases que me marcaron la ruta. Había algo de esa expresión que me hacía ruido, nadie puede quererte de una forma tan... gris, incierta. No sabía cómo expresarlo, pero su hostilidad no me permitía pensar que nuestra relación estaba mediada por el cariño. 

Pasaron los meses, y perderlo fue perderla. Sacrifiqué lo más increíble que conocí por varios motivos. Ella está en esa lista. Pero lo importante es otra cosa: empecé a llevame mejor con mis compañeras de la facultad. Empezamos a acompañarnos más por fuera de lo institucional, a hablar de las cosas que nos pasaban, a compartir dolores y risas. Nos hicimos amigas
Siempre que me veían tenían cosas lindas para decirme. El pelo, la ropa, los amores. Cualquier cosa que dijeran me hacía sentir bien, me hacía sentirme querida. El click vino en esa ráfaga de amor: todos aprendemos a querer de una forma distinta. Creo que nunca me habían querido de una forma tan... sana.
Un día estaba en algún lugar de mi casa hablando conmigo misma. Había un espejo en el que pude mirarme a los ojos y entender algo importantísimo: no podía hacer que la gente me quiera, pero sí podía elegir cómo quería ser querida. Entonces, sí: ella me quería, no me odiaba. Pero yo no quería que me quieran de esa forma. Y no fue la única: cayeron varios en la volteada. Así, la vida se me llenó de duelos. Duelos de gente viva.

El otro día, antes de llorar, hablé con mamá del tema. Le dije que era muy difícil duelar a gente viva, porque era muy doloroso para el ego verlos continuar sin mi. Me pesaba y me pesa saber que, quizás, no era tan importante o tan relevante en sus vidas. Está bien, porque uno no puede obligar a los otros a que lo quieran, y uno también tiene que moverse un poco para ser querido. Creo que yo me quedé sin ganas de intentarlo. 
El hecho es que cuando era adolescente me gustaban muchísimo Los Piojos. Cuando viví un calvario en el colegio, escuchaba Civilización-álbum todos los días. Yo sabía que se podía serguir viviendo, había esperanzas, había porqués los cuales todavía no había encontrado, pero una parte mía sabía que podía hacerlo. Así, creo que contagié ese gusto, un gusto que es de medio país, que a la vez lo siento muy mío en algún lugar. 

Así que si, lloré. Los vi, los viví, y mientras esperaba el uber vino el primer sollozo. Tenía que disimular porque mi hermano estaba sentado al lado mío. No tenemos tanta confianza. Es muy loco: creí que con ellos sí tenía esa confianza. Por eso creo que fueron las lágrimas: la gente sigue viva, sigue su curso, sigue su vida. Todos estamos hechos por pedacitos de otros, por gustos propios y ajenos, por ese día en que esa amiga te mostró esa canción de su banda favorita y ahora te volviste una más. El tema es que di muchos pedacitos, y los di con muchísimo amor. Ese amor ya no existe, quedó estoico en un pasado bastante lejano. Hay algo de mi que quedó en ellos, como si fuese un horrocrux que te di desde el cariño más genuino que conocí alguna vez. Trato de no aferrarme a esa idea, pero a veces pienso que agarraste todos esos pedacitos mios y les clavaste un puñal justo en el centro. A veces mi lado destructivo cree que lo haces a propósito. Nunca recibo certezas, siempre recibo despojos, como cuando vas por la calle y te encontras una pluma en el suelo: algo que, alguna vez, supo ser parte de las alas de una paloma con ansias de seguir su ruta. A veces pienso que agarraste todas mis plumas, que te gustaban, que lo hiciste con cariño, que hoy no sabés cómo deshacerte de ellas. Ya son parte tuya, no podes hacer nada. Yo si:

sé que me querés; no quiero que me quieran así

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