Horrocrux

Mentí. Nunca mejoré al respecto, simplemente dejé de hablarlo.

Sabés que viene el aluvión cuando sentís ese circuito de angustia en el pecho. Los espasmos de Cameron Díaz en The Holiday. Le ponemos todos los nombres posibles para no llamarlo tristeza. A veces nos duele la vida y ni siquiera nos permitimos nombrarlo. Hasta parece que las lágrimas estuvieran pidiéndome permiso para salir porque las tengo en la puerta de los ojos hace una semana, esperando.
Hay lugares a los que nunca podría volver, eso ya lo dije. Hoy pienso: hay lugares a los que no quisiera ir nunca; aunque, también, hay lugares a los que vuelvo sin querer: por lo menos lo asumo. Puede que nombrar la tristeza me genere temor, pero aceptar que prima la niña sobre la adulta cada vez que pienso en vos no me genera nada. 

Ah, sí: eso que no puedo nombrar.

Tragedia: un nombre que le podría a lo que me pasa por dentro cada vez que algo pasa por fuera. Este año aprendí algo importante: hay cosas que nunca voy a poder controlar, pero no siempre podes estar del lado sonriente con el paisaje soleado del meme del micro. Personalmente, nunca no me destruye la idea de que mis amigos no me quieran como yo los quiero. Es eso de la posición frente al malestar: creo que, en cuanto a la amistad refiera, nunca podría cambiar de posición.

La otra vez dije por acá que todos queremos a nuestra manera, y que a mi no me gustaba la tuya; hoy pienso que incluso en la tragedia puede haber cariño, así como en la distancia, en el rechazo, en el enojo, en el odio.
Nunca en la indiferencia.

El otro día me pregunté hasta el cansancio por qué nunca dejó de haber algo roto entre medio de nosotros. También, por qué con ustedes era muchísimo más severa que con el resto. Después pensé... quizás se llenó el vaso, quizás no había más lugar para dejar heridas. Quizás lo llené yo del cansancio. No es normal que me siga doliendo que un amigo no me haya invitado hace tres años a su cumpleaños. Pero también me duelen cosas que me pasaron a los 10, así que puede que no esté tan desquiciada como creo. Algo siempre permanece de fondo entre nosotros: un zumbido, una especie de ruido, una señal de alerta. Todo el tiempo tengo que decirle a mi cuerpo que cada nueva desilusión es eso, algo abstracto, y no un león que me está por atacar. Sé que no es poco, de hecho, a veces pienso que si la vida se tratase de leones atacándome tendríamos algo de que charlar que no sea de la persona que se acaba de ir. 

Algunos de ustedes llegaron a saber esto, otros no; pero cada vez que volvíamos de un cumpleaños, la mamá de coso se ponía a hablar mal de sus hermanas, igual que sus hijos. Todos queremos ser parte de la familia de nuestros novios, y todos queremos que nos quieran, así que aprendí a ser querida haciendo exactamente lo mismo. Incluso, creo que eventualmente llegué a introducir algo del orden del cambio en la mamá de coso, o por lo menos eso me dijo ella una vez. Ilusa yo, pensando que no iban a hacer lo mismo conmigo: esperar a que me fuera para odiarme en secreto. Pero como toda persona que vive del chisme, no lo supieron guardar. La soga tiró más. Y un día llegó a mi.

En qué planeta podía yo pensar que los amigos no iban a funcionar igual.

¿No se acuerdan? No llegaban ni a cerrales la puerta que ya estabamos criticándolos. Todos teníamos algo para decir. Siempre. El veneno era nuestro alimento, era lo que nos ponía en movimiento, lo que nos corría por las venas. ¿Y cuando conocí aeroparque? Desde 44 hasta la despedida sin escalas: no hablamos de otra persona que no sea ella. Y siempre lo mismo: todos teníamos algo para decir. Algo malo, por supuesto.

Un día apareció algo del orden del movimiento en mi: ¿era normal hablar tan mal de una amiga que estaba sufriendo? Igual, ¿quién no sufre? Todos sufrimos, pero... ¿era normal hablar tan mal de ella? ¿Acaso esa era nuestra forma de querer/la? ¿Ella sabrá de todo esto? ¿Ellá sabrá que nos hemos alimentado durante años de cada paso en falso que dió? ¿Por qué se me ocurriría pensar que no sería igual conmigo si, desde que me separé, no los nunca vi más?
Mamá me dijo que era una boludez pensar que no me querían porque no me ponían me gusta en las fotos. Pero el otro día lo vi más claro que el agua. Ella subió fotos, y todos comentaban, y entre todos se querían, y entre todos se ponían me gusta. Ella les alegraba la redacción. Entonces pensaba: ¿habré sido yo la del problema? ¿será que no me querían tanto? ¿será que me quieren pero no saben cómo acercarse? ¿será que soy dificil de querer? ¿cuántas preguntas se puede hacer una persona sin terminar llorando? 

Pero las preguntas ya no eran un poco de movimiento, eran una especie de terremoto que ocasionaba un tsunami, mientras estaba sentada en la cama mirando el piso de madera, el plato con el espiral hecho cenizas, la cama de mi hermano, la pared llena de humedad, las cosas borrosas que sólo se aclaraban cuando caían las lágrimas. Puedo contar con los dedos de una mano a las personas que realmente me hirieron: no, no cuentan las de la distancia, ni cuentan aquellas con las que dejamos de hablar con el tiempo. No. Estoy hablando de cuando te caes de la bici y te queda una cicatriz en la cara (en la pierna, sólo moretones). Estoy hablando de cuando pasa uno, dos, o tres años y siempre que te mirás al espejo le dedicás un rato a ese recuerdo: la cicatriz está ahí, no te deja mentir. Es como si ella lo llamara. Cada vez que me miro al espejo, las heridas están ahí: no, no en la cicatriz que tengo debajo de la nariz; están en la mirada. Mirada inquisidora que asegura con certeza que soy una mala persona, que soy medio fea, que estoy cada vez más gorda, que bajé de peso pero que aparecieron nuevas arrugas, que me voy a quedar pelada, que tengo las tetas caidas, que nadie me quiere, que los que dicen que me quieren me mienten, que la mamá de coso tenía razón, que no soy nadie, y un montón de cosas más. Mirada que muestra la inquisición como la careta de una pregunta que nunca voy a poder responder: ¿tendrá razón? 



Siempre dejó que aparezcan nuevos cimientos.
La neurosis no está hecha de certezas, aunque creo que algunos han logrado un verdadero milagro:
pocos
han
dejado
cicatriz.
Hace un rato dije eso de los dedos de una mano.
Jamás nombraría algo que tiene nombre y es una persona de carne y hueso.
Sólo decir: el otro día me di cuenta.

El otro día me di cuenta de que cada cosa que hacen me duele muchísimo porque alguna vez dejaron cicatriz. Cada error, cada paso en falso... se siente como si vinieran a marcar territorio sobre mi con una cuchilla. Cada vez que hacen algo que me duele siento cómo se reabren las cicatrices, hasta puedo imaginarlos dejandome estaqueada en el piso mientras reabren la marca, algo parecido al final de la película Bastardos sin gloria. Cada vez que toman esa parte de mí que yo dejé en ustedes, siento que la usan para hacer el mal, con la certeza de que son muy buenas personas, la misma certeza que me permite creer que son capaces de hacer daño. Cuando pasó lo del cumpleaños, ella me dijo que habían personas que hacían las cosas sabiendo que nos iban a doler. Eso no los convierte exactamente en personas malas, sólo en amigos a los que quiero mucho y me generaron muchísimo dolor. Si hay un poder que maneja a mis manos cada vez que escribo sobre ustedes es el cariño: ya no encuentro otra forma de quererlos que no sea a través de los recuerdos. Entender que esta distancia es más sólida que las anteriores se relaciona estrechamente con saber que me dejaron una cicatriz horrible, casi como si tuviese que maquillarla antes de salir a la vida... a la calle, a la casa de coso, a la vereda... al comedor de mi casa. No puedo volver a los lugares que me generaron dolor, porque sé que éste es inevitable, pero también sé que puedo quererme un poco mejor que antes y evitarme ese mismo dolor que siempre aparece y apareció durante años y nunca cambió de color. Por eso me fui hace rato, y por eso no dejo de escribir: el dolor es el último hilo que nos mantiene unidos. Creo que cortaste todos los otros sin que yo me diera cuenta.

Otra cicatriz. 

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