En la playa
Parte 1
Hay algo muy fuerte que siento. Es algo que me invade el cuerpo cada vez que me acuerdo de tu sonrisa. Ayer soñé con nosotros. Soñé muchas cosas. Soñé que éramos felices en algún lugar de la costa. Que yo les cocinaba muffins a las cinco de la tarde mientras jugaban al truco. Soñé que un día nos despertábamos y nos quedábamos hablando hasta las 11 de la mañana, sobre trivialidades y pasados y futuros. En ese momento, también soñé que estábamos juntos, tapados con la misma frazada blanca, sentados en tu cama, unidos a la conversación. También recorríamos balnearios, y nos tirábamos a ellos con una soga. Nos sentábamos al sol y andábamos en maya todo el día. Al atardecer, salíamos a caminar por la playa hasta que se hacía de noche. Y entonces, nos preparábamos para cenar y, probablemente, salir a bailar. Otras noches, elegíamos quedarnos refugiados jugando a las cartas, comiendo helado. Hacíamos chistes y nos reíamos de la nada misma hasta conciliar el sueño.
Con el correr de los días, vos me abrazabas más seguido.
El sol gobernaba esta nube de ilusiones, pero habían días de lluvia, también. Hubo uno en el que dormimos la siesta, y me dejaste descansar a tu lado, en tu cama. Cuando nos levantamos, anduvimos en pijama todo el resto del día. Nos sentamos en la mesada de la cocina a comer cosas. Tomar té, mate; comer pan con mermelada, manteca o jamón y queso. Había una foto, también, en la que estábamos los nueve con el mar de fondo. Yo tenía puesto mi buzo celeste, porque hacía frío. Vos tenías un buzo azul y una sonrisa de punta a punta. Al lado estaba Franco. Del resto no me acuerdo.
Con el correr de los días, se nos iba acabando el tiempo a solas.
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Éramos muy felices.
Corríamos en el patio. La casa era bastante grande. Los chicos jubagan con una pelota casera, mientras ella me sacaba fotos. Cuando se cansaba, Tomás se sentaba a hablar con nosotras. Nos contaba sobre el significado de los sueños, y sobre otras cosas profundas sobre las que yo comenzaría a aprender meses más tarde. Después, hacíamos chistes sobre como corría Valen. En los sueños, también vivíamos para molestar al otro. Al rato, alguno de ellos aparecía con jugo exprimido de naranja, o algo parecido. Me acomodaba en la hamaca paraguaya y miraba al cielo. En medio del desequilibro y el movimiento que generaba la misma, mi vida estaba en orden.
Cuando se hacía la noche, preparábamos la cena en grupo. Siempre comíamos fideos, arroz, comida fácil y rápida. Un día, creo que llegamos a comer tacos. Entre todos logramos dividirnos las tareas. Me encantaban esos momentos.
Cuando nos sentábamos a la mesa, yo siempre trataba de estar en frente tuyo. Pero, con el correr de los días, te fuiste soltando de a poco. Incluso, si no me equivoco, un día te sentaste al lado mio. Sin que yo dijera nada. Hacíamos de cuenta que no había nada fuera de lo normal, porque, en definitiva, estar juntos se sentía como en casa. Estar con vos era lo cotidiano, era como algo que sabía que no iba a ser esporádico. Por eso, siempre que te soñé, me sentía como en casa.
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Al atardecer volvimos a la casa. Nadie nos preguntó nada. Creo que todos sabían de nuestra situación. En la realidad, en los sueños, en cualquier lado: siempre tuvimos tacto.
El último día hubo una pelea. La mayoría de las veces, solo teníamos pequeñas discusiones relacionadas a la convivencia. Pero ese día, la disputa fue importante, y generó mucha discordia. Por dos horas, la casa estuvo en silencio, y todos nos pusimos a armar nuestras valijas. Franco estaba sentado afuera, viendo el mar. Con el correr de las horas, me acuerdo que íbamos tomando confianza para acercarnos y calmar las aguas. Ese día terminamos todos en el patio cagándonos de risa hasta que se hicieron las 10 de la noche. No me acuerdo qué comimos, pero todos se fueron a dormir temprano.
Yo no podía. Mi mente no paraba de generar nuevas discordias respecto a mi futuro y el resto de las cosas. Me acuerdo que me levanté y salí al balcón. El sonido del mar me invadió el cuerpo por unas horas. Hasta que en un momento, sentí ruidos. Eras vos, que también te habías levantado. Saliste al balcón. Te paraste al lado mio. No dejabas de mirar el mar.
Entonces, creo que me miraste a mi.
Parte 2
Con el correr del tiempo, volvimos a la normalidad. La rutina diaria volvió a separarnos en el cotidiano. Comencé el segundo año de la carrera. Con Chiara nos encontrábamos de vez en cuando en el tren universitario, y nos íbamos al centro a almorzar de manera improvisada. A veces, éramos tres.
Los exámenes parciales comenzaron a quitarme el tiempo. Ya no dormía bien y vivía de mal humor. Lo único que lograba curarme era el sol, y hablar con Tomás. Él, innegablemente, era el único que ya había pasado por esto.
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Creo que nos vimos algunas veces.
Hablarnos era como el sol. Abrazarnos era como estar en casa, casi como sentir felicidad. A mi me pasaban cada vez más cosas, porque ni en sueños me cansaba de ser tan intensa. Pero creo que, en alguna falla del espacio-tiempo, nos equivocamos.
Creo que en algún momento desapareciste.
Creo que no volvimos a vernos por un tiempo.
Creo que cumpliste tu sueño, pero para ello tuviste que irte. Quedamos los ocho acá, y el día que partiste no llegué a despedirme de vos en persona. Algo ocurrió en el medio, y fue tan fuerte que no logré sentir la confianza de mandarte un mensaje. Estaba en el segundo año de la carrera. Casi que ni podía, pero traté de enfocar mi mente en el futuro.
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El tren a las cinco de la tarde era mi nueva rutina. Al momento de volver a casa, mi cuerpo encontraba el equilibrio nuevamente. Siempre se llenaba de personas que iban en todas las direcciones. Creo que algunos volvían del trabajo, otros iban hacia algún lugar. Pero habían días en los que, muy extrañamente, no viajaba nadie. En los días en los que el tren estaba vacío, creo que pensaba en nosotros, en el verano. En esos días solitarios, creo que te extrañaba mucho.
Parte 3
Tomás se recibió.
A los quince días, festejamos nuestros cumpleaños juntas. Estábamos los ocho. Para ese entonces, creo que uno de nosotros había tenido un hijo. Esa noche hablamos de la vida, hablamos de la facultad. Nahuel nos contó que se había comprado una casa. A las tres de la mañana ya estábamos todos durmiendo.
En el trabajo me habían dado vacaciones, y todos volvimos a ese lugar. Alquilamos la misma casa e hicimos exactamente las mismas cosas. Sin hijos, parejas y responsabilidades, éramos los mismos adolescentes que se reían de los mismos chistes que venía repitiendo Valentín desde los 18.
Estábamos más grandes, pero las tradiciones se repetían. A la mañana, una vez que estábamos todos despiertos, nos quedábamos hablando acostados hasta que se hacía el mediodía. A la tarde, íbamos a tomar mate a la playa. Chiara siempre hacía una torta. Yo ya había perdido la magia de los muffins. Es más, eso no era lo único que se había desvanecido con el tiempo.
Estuvimos respirando el aire de la costa durante 7 días y 6 noches. Ya no salíamos a bailar, pero el truco seguía estando en pie. Y esta vez, yo ya había logrado aprender cómo jugar. Comíamos helado hasta el cansancio, y a veces lográbamos quitarnos la culpa con alguna caminata sobre la costanera. Generalmente, esos éramos Nahuel y yo.
No hablábamos mucho. Nos dedicábamos a caminar y mirar las olas de vez en cuando. Aunque a veces, hacíamos chistes. Si algo siempre había sabido, es que incluso en sueños, él era la única persona que lograba descifrarme en tan solo segundos. Un talento que muy pocos de mis amigos tenían. Recuerdo que solíamos hacer este ejercicio cuando atardecía, mientras los chicos en la casa pensaban en la cena.
Hubo un día en el que hablamos más de lo normal. Nos reímos mucho. Y entonces, con la mayor de las certezas, recuerdo exactamente lo que pasó: mientras miraba el mar desde la costanera, te vi.
No recuerdo bien qué fué lo que pasó después.
Pero, de algún modo
mi casa había vuelto a sentirse como un hogar.
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