In the Mourning
(En el duelo)
Ok. La cosa es que estoy cansada. Estoy frustrada, porque conocí a este chico del cual no recuerdo el nombre, ¿Ezequiel, Emiliano... Emilio? No sé. La cuestión es que todos me veían como una puritana que no hacía más que dar vueltas por ahí con su cara de buena. Un buen día tuvimos una de esas reuniones con amigos en las que te sentís un poco libre de lo que pareces ser y las cadenas de lo que piensan los demás de vos no te ahorcan tanto. Fue de noche en realidad y fue donde tuve mi primer desliz con este chico. Supongo que lo conocía de vista, de algún lugar, de algún paseo. La cuestión es que hasta entonces nunca había estado con nadie de esa manera. Ese chico conoció todo de mi, sin conocer absolutamente nada. Pero mi vida era miserable. Yo era muy frágil, muy desdichada. Algo vio él en mi que me hizo sentir mejor. Entonces otro buen día estábamos en un departamento y nuestra relación se había convertido en eso: era solo sexual. No había amor, no había cariño. No nos queríamos ni cuidábamos al otro. Sin embargo lo único que nos unía no me hacía mal.
Y bien, vivíamos así, destruyéndonos. Hasta que un día tocaron la puerta de su departamento mientras estábamos allí en el living, entonces soltó sus manos de mi cuerpo de manera indiferente, y se dirigió a ver por la mirilla el rostro que se encontraba del otro lado. Traté de vestirme rápido y el también se arregló a las corridas, entonces me dijo que me dirigiera a su habitación, ya que quien había golpeado la puerta era uno de sus compañeros de la facultad con el cual tenía que realizar un trabajo. ¿Por qué ocultarme? ¿Por qué dejarme encerrada? No tenía miedo a su actitud, sino que me parecía incomprensible en ese momento. La cuestión fue que para cuando el abrió la puerta yo seguía detenida en el living, casi como si estuviese en pausa. Hasta que vi el rostro del otro lado de la puerta y me di cuenta de que no estaba en pausa antes, ahora si lo estaba. Quien estaba del otro lado de la puerta era aquel de las heridas, aquel de los destrozos. Aquel que supo que yo lo amé y siempre me rechazó. Aquel que hoy es el causante de que yo esté cubierta de vendas de la cabeza a los pies. Todos esos raspones que tenía en el cuerpo estaban hechos con las uñas de su indiferencia. Esos ojos tristes con los que lo observaba se oscurecían al cerrarse. Emiliano/Ezequiel/Emilio me mi--- Elias. Elias me miraba. Elias me miraba y lo miraba a él, y no entendía nada. Que podría salir de su boca que no sea la pregunta típica: "¿Se conocen?". Si, si nos conocemos, y nos conocemos muy bien. Yo lo conozco muy bien, lo conozco tan bien que a veces siento que lo desconozco, entonces doy cuenta de que lo termino conociendo más que antes. Claro que si. Y él no dejaba de mirarme: a mi, desalineada, despeinada, ultimando detalles de mi vestimenta. Él entendía todo. Él era tan inteligente...
Entonces cinco días después mi celular comienza a vibrar. Era un hermoso mensaje redactado por uno de mis ex compañeros de la secundaria, aquel que siempre prestaba su hogar para toda previa posible. Ese mensaje decía que al día siguiente habría una reunión de ex compañeros, y que quería que asista porque era importante que todos estemos ahí. Claro, que mejor que una reunión de egresados seis días después de volver a verlo pasado tanto tiempo. Genial. Despeinada, desarreglada: esa era la imagen que él tenía de mi ahora. Por muy arreglada que esté esa iba a ser la imagen que el vería mañana si yo asistía. Porque claro, nosotros íbamos juntos al secundario. Por eso sé que lo veré mañana. Y digamos que en el pecho se siente algo raro. Yo ya soy un desastre, mi vida es un completo desastre, pero una cosa es asimilarlo y saberlo mientras construis ese desastre y otra muy distinta es tener que volver a ver al ¿amor de tu vida, amor de la secundaria? para darte cuenta. Amor al fin, él siempre fue muy importante y nunca terminé de dejarlo atrás. Entonces, bien. Mi vida ahora era oficialmente un desastre.
Era viernes, era de noche. Era el día 6. Y yo estaba vestida a lo punk porque dicen que uno refleja lo que siente con su vestimenta y yo sentía tanto punk, tanto delineador corrido por lágrimas... que necesitaba eso. Entonces toqué timbre (no necesité saber el número de la casa, con pararme en frente sabía que era ella y tantos recuerdos se escondían allí...) y un perro comenzó a ladrar. Tuve un flashback de la última vez que estuve parada frente a esa puerta: era un tal jueves a la noche, y nos juntábamos todos para hacer la previa de lo que fue uno de los mejores días de nuestras vidas, recuerdo que mientras esperábamos se sentían gritos de alegría y alguna gente borracha; él estaba ahí, obviamente, pero esa noche había tomado mucho y esa noche él era un desastre. Ese recuerdo fue interrumpido por el ruido de las llaves desbloqueando la entrada. Esta vez se sentían charlas amenas, maduras... Y salió aquel chico alto a darme un abrazo enorme, de esos que curan un poco. Me dijo que estaba feliz de que estuviese ahí. Se reía de mi vestuario porque en ese momento yo ya tenía mi título en las manos, ya no estaba para hacerme la rockerita (mentira, por supuesto). Al siguiente minuto ya me había dirigido hacía el interior de aquella casa tan memorable y había abrazado a cuanto recuerdo veía. Volví a ver a mis amigas, aquellas que siempre estuvieron. Nos actualizamos, hablamos de la vida, de las cosas. En cierto punto sentí que debía hablarles de Elias pero Elias era un error tan grande que prefería decir que me había divorciado 2 veces en esos 4 años que no nos vimos, entonces evite el tema.
Golpearon la puerta. Mi corazón rogaba que sea aquel chico de las heridas y la indiferencia y claro que no podía ser de otra manera. Cuando ingresó mis amigas me miraron, y la que se encontraba a mi lado me codeo un par de veces con una mirada pícara. Por dentro sufría tanto que lo dibujé con una sonrisa amable. En tal momento ya lo estaba saludando, pero antes de hacerlo, ambos nos miramos por unos segundos tratando de hablar con la mirada y acordar una sola cosa: No nos veíamos hace 4 años, no 6 días; con nuestros ojos borramos aquel encuentro y cuando nos dimos cuenta de que habíamos estado tanto tiempo mirándonos se acercó y me dio un abrazo un tanto pobre. Por supuesto que abrazó con amor a todas mis amigas, y eso me recordaba a la secundaria, porque siempre lo hacía diferente conmigo: más frío, mas indiferente, más sucio, revoltoso pero lejano. Era así conmigo, y siempre lo fue.
El tiempo pasó y nos encontrábamos en el patio tratando de ser jóvenes una última vez, o más que nada adolescentes porque jóvenes éramos. Con mis amigas corrimos por todo el patio tirándonos cerveza riendo a los gritos. La que siempre se quejaba se quejó, no rió. Y la que siempre tenía algo para decir dijo algo, por supuesto. Pero nada molestaba, era todo bello. El dolor y el desastre se sentían, pero como dice esa canción de Bastille: "Si cerras los ojos, ¿No se siente como si nada hubiera cambiado?". Entonces nada había cambiado. Excepto mis brazos que ahora estaban todos pegoteados de alcohol. Me dirigí al baño a lavármelos, y en el camino tuve otro flashback, pero era más un deja vú que un flashback: En una de esas tantas previas de la secundaria yo ya me había pegoteado los brazos con alcohol, y recuerdo haberme dirigido a ese mismo baño a lavármelos... recuerdo que la puerta había quedado abierta y que el chico de las heridas inintencionales y la indiferencia entró y la cerró, y yo me reí mientras él comenzaba a lavarse el pelo; entonces en un momento lo ayudé y cuando termino de hacerlo se paró frente a mi diciendo que sabía lo que hacía, pero mientras nos sonreíamos mi lado idiota le tiro una toalla para que dejase de gotear su pelo y eso cortó todo tipo de momento. Cuando terminé de tener ese mini deja vú ya me encontraba dentro del baño lavándome los brazos con jabón. La puerta estaba abierta. Comencé a secarme las manos y cuando terminé me vi al espejo: ¿Me reconocía? ¿Quién era esa chica, era yo? ¿Esa chica sería capaz de estar con alguien solo sexualmente sin saber siquiera si realmente se llamaba Elias? Entonces se me cayó una lágrima, y mi cara giró en dirección hacia la puerta, porque estaba él parado ahí: el chico de la indiferencia, de las heridas sin intención. Estaba ahí y... ¿Viste cuando sufrís tanto por él que tu único consuelo tiene que ser un abrazo de él? Porque en ese momento sufría por mi, y sufría por él, y lo único que necesitaba era que él me abrace y me diga que todo iba a estar bien. Porque yo era un desastre. Y rompí en llanto.
Era todo un gran cliché. Casi me derrumbo (mientras por dentro realmente lo hacía) y el me detuvo, me agarró y me sostuvo mientras yo lloraba como una nena de 5 años. Dejamos el baño y me llevó a la habitación que se encontraba del otro lado. Prendió la luz, me sentó en la cama, cerró las persianas y se sentó a mi lado. Me acarició la espalda mientras yo me inclinaba hacia delante y cuando me enderecé me abrazó. Lo hizo con uno de sus brazos mientras apoyaba su cabeza sobre la mía. Y en ese momento supe algo: el no dejaba de susurrarme que esté tranquila, mientras yo entendí que eso era la vida, que eso era caerse y levantarse y quebrar y recuperar. En ese momento me di cuenta que no lo quería tanto como un novio sino como un abrazo, una contención. Lo necesitaba al lado mio, punto. Necesitaba llorar y sacar todo de adentro, necesitaba relajarme, acostarme y dormir.
Y necesitaba despertarme, porque eso hace el sueño, eso hace relajarse. Ahora llorá, ahora gritá. Después acostate a dormir y despertate a la mañana. Es como si fuese una nueva vida, como si estuvieses un poco más curada que antes. A la mañana no vas a estar tan rota, no vas a estar tan desecha. A la mañana te vas a sentir mejor.
Porque todo eso que pasa entre que cerrás los ojos y los volves a abrir, es el duelo. El duelo de tu corazón perdido.
Ok. La cosa es que estoy cansada. Estoy frustrada, porque conocí a este chico del cual no recuerdo el nombre, ¿Ezequiel, Emiliano... Emilio? No sé. La cuestión es que todos me veían como una puritana que no hacía más que dar vueltas por ahí con su cara de buena. Un buen día tuvimos una de esas reuniones con amigos en las que te sentís un poco libre de lo que pareces ser y las cadenas de lo que piensan los demás de vos no te ahorcan tanto. Fue de noche en realidad y fue donde tuve mi primer desliz con este chico. Supongo que lo conocía de vista, de algún lugar, de algún paseo. La cuestión es que hasta entonces nunca había estado con nadie de esa manera. Ese chico conoció todo de mi, sin conocer absolutamente nada. Pero mi vida era miserable. Yo era muy frágil, muy desdichada. Algo vio él en mi que me hizo sentir mejor. Entonces otro buen día estábamos en un departamento y nuestra relación se había convertido en eso: era solo sexual. No había amor, no había cariño. No nos queríamos ni cuidábamos al otro. Sin embargo lo único que nos unía no me hacía mal.
Y bien, vivíamos así, destruyéndonos. Hasta que un día tocaron la puerta de su departamento mientras estábamos allí en el living, entonces soltó sus manos de mi cuerpo de manera indiferente, y se dirigió a ver por la mirilla el rostro que se encontraba del otro lado. Traté de vestirme rápido y el también se arregló a las corridas, entonces me dijo que me dirigiera a su habitación, ya que quien había golpeado la puerta era uno de sus compañeros de la facultad con el cual tenía que realizar un trabajo. ¿Por qué ocultarme? ¿Por qué dejarme encerrada? No tenía miedo a su actitud, sino que me parecía incomprensible en ese momento. La cuestión fue que para cuando el abrió la puerta yo seguía detenida en el living, casi como si estuviese en pausa. Hasta que vi el rostro del otro lado de la puerta y me di cuenta de que no estaba en pausa antes, ahora si lo estaba. Quien estaba del otro lado de la puerta era aquel de las heridas, aquel de los destrozos. Aquel que supo que yo lo amé y siempre me rechazó. Aquel que hoy es el causante de que yo esté cubierta de vendas de la cabeza a los pies. Todos esos raspones que tenía en el cuerpo estaban hechos con las uñas de su indiferencia. Esos ojos tristes con los que lo observaba se oscurecían al cerrarse. Emiliano/Ezequiel/Emilio me mi--- Elias. Elias me miraba. Elias me miraba y lo miraba a él, y no entendía nada. Que podría salir de su boca que no sea la pregunta típica: "¿Se conocen?". Si, si nos conocemos, y nos conocemos muy bien. Yo lo conozco muy bien, lo conozco tan bien que a veces siento que lo desconozco, entonces doy cuenta de que lo termino conociendo más que antes. Claro que si. Y él no dejaba de mirarme: a mi, desalineada, despeinada, ultimando detalles de mi vestimenta. Él entendía todo. Él era tan inteligente...
Entonces cinco días después mi celular comienza a vibrar. Era un hermoso mensaje redactado por uno de mis ex compañeros de la secundaria, aquel que siempre prestaba su hogar para toda previa posible. Ese mensaje decía que al día siguiente habría una reunión de ex compañeros, y que quería que asista porque era importante que todos estemos ahí. Claro, que mejor que una reunión de egresados seis días después de volver a verlo pasado tanto tiempo. Genial. Despeinada, desarreglada: esa era la imagen que él tenía de mi ahora. Por muy arreglada que esté esa iba a ser la imagen que el vería mañana si yo asistía. Porque claro, nosotros íbamos juntos al secundario. Por eso sé que lo veré mañana. Y digamos que en el pecho se siente algo raro. Yo ya soy un desastre, mi vida es un completo desastre, pero una cosa es asimilarlo y saberlo mientras construis ese desastre y otra muy distinta es tener que volver a ver al ¿amor de tu vida, amor de la secundaria? para darte cuenta. Amor al fin, él siempre fue muy importante y nunca terminé de dejarlo atrás. Entonces, bien. Mi vida ahora era oficialmente un desastre.
Era viernes, era de noche. Era el día 6. Y yo estaba vestida a lo punk porque dicen que uno refleja lo que siente con su vestimenta y yo sentía tanto punk, tanto delineador corrido por lágrimas... que necesitaba eso. Entonces toqué timbre (no necesité saber el número de la casa, con pararme en frente sabía que era ella y tantos recuerdos se escondían allí...) y un perro comenzó a ladrar. Tuve un flashback de la última vez que estuve parada frente a esa puerta: era un tal jueves a la noche, y nos juntábamos todos para hacer la previa de lo que fue uno de los mejores días de nuestras vidas, recuerdo que mientras esperábamos se sentían gritos de alegría y alguna gente borracha; él estaba ahí, obviamente, pero esa noche había tomado mucho y esa noche él era un desastre. Ese recuerdo fue interrumpido por el ruido de las llaves desbloqueando la entrada. Esta vez se sentían charlas amenas, maduras... Y salió aquel chico alto a darme un abrazo enorme, de esos que curan un poco. Me dijo que estaba feliz de que estuviese ahí. Se reía de mi vestuario porque en ese momento yo ya tenía mi título en las manos, ya no estaba para hacerme la rockerita (mentira, por supuesto). Al siguiente minuto ya me había dirigido hacía el interior de aquella casa tan memorable y había abrazado a cuanto recuerdo veía. Volví a ver a mis amigas, aquellas que siempre estuvieron. Nos actualizamos, hablamos de la vida, de las cosas. En cierto punto sentí que debía hablarles de Elias pero Elias era un error tan grande que prefería decir que me había divorciado 2 veces en esos 4 años que no nos vimos, entonces evite el tema.
Golpearon la puerta. Mi corazón rogaba que sea aquel chico de las heridas y la indiferencia y claro que no podía ser de otra manera. Cuando ingresó mis amigas me miraron, y la que se encontraba a mi lado me codeo un par de veces con una mirada pícara. Por dentro sufría tanto que lo dibujé con una sonrisa amable. En tal momento ya lo estaba saludando, pero antes de hacerlo, ambos nos miramos por unos segundos tratando de hablar con la mirada y acordar una sola cosa: No nos veíamos hace 4 años, no 6 días; con nuestros ojos borramos aquel encuentro y cuando nos dimos cuenta de que habíamos estado tanto tiempo mirándonos se acercó y me dio un abrazo un tanto pobre. Por supuesto que abrazó con amor a todas mis amigas, y eso me recordaba a la secundaria, porque siempre lo hacía diferente conmigo: más frío, mas indiferente, más sucio, revoltoso pero lejano. Era así conmigo, y siempre lo fue.
El tiempo pasó y nos encontrábamos en el patio tratando de ser jóvenes una última vez, o más que nada adolescentes porque jóvenes éramos. Con mis amigas corrimos por todo el patio tirándonos cerveza riendo a los gritos. La que siempre se quejaba se quejó, no rió. Y la que siempre tenía algo para decir dijo algo, por supuesto. Pero nada molestaba, era todo bello. El dolor y el desastre se sentían, pero como dice esa canción de Bastille: "Si cerras los ojos, ¿No se siente como si nada hubiera cambiado?". Entonces nada había cambiado. Excepto mis brazos que ahora estaban todos pegoteados de alcohol. Me dirigí al baño a lavármelos, y en el camino tuve otro flashback, pero era más un deja vú que un flashback: En una de esas tantas previas de la secundaria yo ya me había pegoteado los brazos con alcohol, y recuerdo haberme dirigido a ese mismo baño a lavármelos... recuerdo que la puerta había quedado abierta y que el chico de las heridas inintencionales y la indiferencia entró y la cerró, y yo me reí mientras él comenzaba a lavarse el pelo; entonces en un momento lo ayudé y cuando termino de hacerlo se paró frente a mi diciendo que sabía lo que hacía, pero mientras nos sonreíamos mi lado idiota le tiro una toalla para que dejase de gotear su pelo y eso cortó todo tipo de momento. Cuando terminé de tener ese mini deja vú ya me encontraba dentro del baño lavándome los brazos con jabón. La puerta estaba abierta. Comencé a secarme las manos y cuando terminé me vi al espejo: ¿Me reconocía? ¿Quién era esa chica, era yo? ¿Esa chica sería capaz de estar con alguien solo sexualmente sin saber siquiera si realmente se llamaba Elias? Entonces se me cayó una lágrima, y mi cara giró en dirección hacia la puerta, porque estaba él parado ahí: el chico de la indiferencia, de las heridas sin intención. Estaba ahí y... ¿Viste cuando sufrís tanto por él que tu único consuelo tiene que ser un abrazo de él? Porque en ese momento sufría por mi, y sufría por él, y lo único que necesitaba era que él me abrace y me diga que todo iba a estar bien. Porque yo era un desastre. Y rompí en llanto.
Era todo un gran cliché. Casi me derrumbo (mientras por dentro realmente lo hacía) y el me detuvo, me agarró y me sostuvo mientras yo lloraba como una nena de 5 años. Dejamos el baño y me llevó a la habitación que se encontraba del otro lado. Prendió la luz, me sentó en la cama, cerró las persianas y se sentó a mi lado. Me acarició la espalda mientras yo me inclinaba hacia delante y cuando me enderecé me abrazó. Lo hizo con uno de sus brazos mientras apoyaba su cabeza sobre la mía. Y en ese momento supe algo: el no dejaba de susurrarme que esté tranquila, mientras yo entendí que eso era la vida, que eso era caerse y levantarse y quebrar y recuperar. En ese momento me di cuenta que no lo quería tanto como un novio sino como un abrazo, una contención. Lo necesitaba al lado mio, punto. Necesitaba llorar y sacar todo de adentro, necesitaba relajarme, acostarme y dormir.
Porque todo eso que pasa entre que cerrás los ojos y los volves a abrir, es el duelo. El duelo de tu corazón perdido.
Comentarios
Publicar un comentario