Susan, Susan, Susan
Hace mucho frío. La idea de irnos caminando a su casa fue una locura. Mi pelo vuela para todos lados y en cualquier momento mi bufanda se pierde en el viento. Diego ya se resignó y prácticamente lucha contra la corriente. El vive en un barrio privado llamado Grand Shelly. Las casas son enormes, despegadas entre si y con un toque antiguo el cual las hace bellas. La casa de él es la número 10, y recién vamos por la número 3. Sálvese quien pueda.
Casa número 5. Decidimos hacerle frente al viento y nos pusimos a cantar canciones a los gritos. En este momento nos encontramos cantando "Pompeii". El sabe que esa es mi canción favorita y por eso cada vez que puede me recuerda que me conoce como nadie. En cierto momento descubro que mi bufanda ya no se encuentra rodeando mi cuello, entonces doy la vuelta y observo que ahora se encuentra en los hombros de él, quien me mira con cierta picardía, la cual siempre es bienvenida solo para ser devuelta.
Casa número 9. Después de "Pompeii" cantamos unas cuantas canciones más, entre ellas "Cupid" de Amy Winehouse y "22" de Taylor Swift. Y si, quien me conoce bien sabe que admiro a ellas de una forma en la que no admiro a nadie. Extraño porque son muy diferentes, pero pocos saben que tienen muchas cosas en común...
Al fin en casa. Bueno, su casa. Diego me conoce desde los 3, 4 años. Ya casi no lo recuerdo. El hecho de verlo a los ojos es estar en casa. Su mama, Amanda, poco más me adoptó como su sobrina. Su perro, un pastor alemán llamado Boogie corre hacia mi siempre que percibe mi perfume. Todos ellos, de alguna manera, ya son parte de mi familia. Son parte de mi. Diego es parte de mi, diría que sin él no sabría a donde estaría parada hoy. No tendría ni una más mínima idea.
Dejamos los abrigos en el sillón y fuimos hacía el comedor, donde se encontraba sobre la mesa una docena de empanadas de carne. Mis favoritas, sus favoritas. Nos sentamos y comenzamos a comer desesperadamente, a raíz de que nunca comprábamos en el buffet del colegio, porque siempre se corrió el rumor de que en la cocina habían ratas y demás cosas de las que no quiero hablar ahora porque de solo pensarlo quiero alejar la comida de mi.
Terminamos de comer y fuimos a su habitación. Me recosté en su cama y me estiré. Una vez finalizado el estiramiento, él se recostó al lado mio. Si había algo que amaba de su casa, era el techo de su habitación, plagado de esas estrellas que no tengo idea como se llaman, pero al apagar la luz forman un cielo soñado. Comenzamos una vez más la charla de todos los días. Hablamos de nuestro futuro, de que a pesar de que falten 3 años para terminar la secundaria deberíamos pensar en qué es lo que queremos ser, de que yo me quiero ir a vivir al Norte del país y de que cada vez que lo menciono el me agarra fuerte el brazo, como si me fuese a escapar en ese preciso instante. Y parte de conocerme, es saber que si fuese por mi, ya me hubiese escapado. Además, tocamos temas como Eli Radley, mi inalcanzable, y Susan Mayer, su inalcanzable. No sé por qué, pero nunca tuve la oportunidad de conocer a Susan si quiera de lejos. Nunca me la enseñó, nunca me mostró fotos, y siempre que la busqué en Facebook mi búsqueda terminó inútil. Nunca se lo plantee, simplemente siempre dejé que hable, que se descargue. Cada vez que la describe siento un poco de celos, o quizá envidia, o ganas de que alguien me ame de esa forma, porque realmente lo que ese chico siente por ella es de otro mundo.
Al otro día nos encontramos en el colegio. Diego llevaba puesta mi bufanda, e ironizábamos con el hecho de lo importantes que eramos el uno para el otro y que él tenía mi bufanda porque me necesitaba todo el tiempo. Cosa que, en algún punto, era real.
Fuimos a clase, e hicimos dos trabajos juntos: uno de Matemáticas y otro de Ciencias Políticas y Económicas Desarr... El nombre de la materia es tan largo que ya ni lo recuerdo. En fin. Cuando sonó el timbre del único recreo que tenemos de 20 minutos, ambos alzamos nuestras mochilas y nos dirigimos a los casilleros. El mío era el número 22, y el de él, el 17. Las claves nos fueron asignadas, no las pudimos elegir, porque en este colegio somos tan libres que si pudiesen prohibir que respiremos, lo harían. Mi clave es 1243 y la suya es 9938. Supongo que el hecho de que las hayan asignado no es porque sí, pero esos números son inútiles y no dicen nada.
Por ahora.
Y así continuamos los días. Un día íbamos a su casa y al otro día a la mia. Siempre las mismas charlas tan Eli, Eli, Eli y tan Susan, Susan, Susan. Recuerdo que ayer estuve a nada de preguntarle algo más sobre Susan. Por lo menos una foto, un dato, una cuenta de Twitter, no sé... Algo. Habla de ella con una devoción y una entrega, casi como si no existiera otra mujer en el mundo. Envidiable. Pero después de escucharlo aquel día me decidí a preguntarle. Me dije que algún día le iba a preguntar como era ella, de donde era, pero sobre todo quien era.
Entonces si, estábamos en mi casa. Mientras mi mamá nos servía galletitas Oreo y una chocolatada se me escapó.
—¡Quiero ver una foto de Susan!
Diego se heló. Lo noté en su rostro. La chocolatada que mi mamá me estaba cediendo cayó al suelo y se desparramó por todo el piso de la cocina. Mi mamá también se quedo helada, y yo simplemente no entendía nada. ¿Qué dije de malo, qué pasó en el medio... Tanto escándalo porque pregunté por Susan? Y mi mamá... ¿Por qué reaccionó así?
Entonces le pregunté a mi mamá qué le había ocurrido. Al no ver respuesta ni de ella ni de Diego, fui a buscar el trapo de piso. En mi camino de regresó, me encontré con que Diego se había ido, y mi mamá estaba sentada en su lugar, mirando a su celular, esperando una llamada... Supongo.
En mi casa no se dijo una palabra hasta que llegó mi padre horas después. Y fue cuando el silencio se cortó. Me sentaron en la mesa y comenzaron a contarme una historia, la historia de mi vida. No sé para que, si ya la sabía... Pero algo en su cara demostraba que habían detalles los cuales había esquivado. Detalles importantes.
Me dijeron que "tarde o temprano lo iba a saber", que para ellos "siempre iba a ser Olyvia, sin importar mi origen". No lograba entenderlos, no lograba interpretarlos... Hasta que mi madre dijo algo, algo que probablemente nunca iba a olvidar, algo que iba a recordar para siempre, algo que marcaba un antes y un después en mi vida... la cual sentía que acababa de terminarse.
Acababa de decirme que no era mi madre.
No recuerdo muy bien lo que pasó aquel día. Recuerdo que salí corriendo a los gritos. Recuerdo que choqué con una puerta. Recuerdo que me agarró un ataque de locura. Y recuerdo que a la hora vi el rostro de Amanda tratando de calmarme. Olvidé la mitad de ese día por completo. Recuerdo que sentí que toda mi vida había sido una mentira, un cuento de hadas. Sentía que nada era real. Sentía que yo no era real. Me sentía muerta, pero en vida.
Recuerdo que sobre la mesa habían dejado un sobre y me habían pedido que lo lea cuando sintiera que tenía que hacerlo. Ese sobre contenía otra verdad, la cual no quería saber... pero estaba en un estado en el que ya no tenía nada que perder. Acababa de perder mi identidad, mi origen... ¿Algo más me podía pasar?
Ah, si. Que uno de los tantos números de la partida de nacimiento sea 22-1243-17-9938.
O que mi nombre real sea Susan Mayer.
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