Love Is Everywhere

Me cuesta volver a escribir, después de tanto tiempo de estar ocultándome bajo las vivencias de un presente que se fue. Pasó un nuevo verano, dejando atrás la persona que yo era, el placer, las ganas de ver a mis amigos o, incluso, las ganas de levantarme de la cama y encarar un nuevo día. Año Nuevo no existió, y no entraré en más detalles, porque la realidad es que el miedo de volver a estar mal, es más grande que el conjunto del sistema solar.

Las personas ya no son las mismas. Un montón de cosas han cambiado. Las noches de verano guardan lágrimas tapadas por risas esporádicas. A veces, logro reírme de manera genuina (últimamente, eso está pasando más seguido). Sería deshonesta si no dijiera que las cosas, muy de a poco, están mejorando. El chico al que le escribo poesías, ya no es el mismo de antes. Las personas que se sientan a mi lado, esperando que las lágrimas se escurran, también son diferentes. Todas ellas volvieron del pasado. 

La cantidad de notas resguardadas en la memoria del celular que llevan tu nombre, se cuentan con los dedos de una mano. Sucede que, contrario a lo que incluso yo misma pensaría, no me despertás ganas de escribirte a escondidas, sino que ya no tengo que esconderme más. La vida es mucho más linda cuando las cosas fluyen, cuando ponemos los pies en el presente. Este verano, simplemente no pude colocar los pies sobre la tierra. Me fui demasiado lejos. Miles de recuerdos se colocan ante mi, todos tratan sobre noches en las que llegué a envidiar hasta a las plantas, en una profunda necesidad de ser feliz y sentirme libre. El peor recuerdo de todos, se mezcla con el acto de amor más grande que logré presenciar. Todos podemos acelerarnos, caernos y llorar profundamente sin saber de qué manera terminará todo eso. Pocos, son aquellos que se sientan a tu lado y te sostienen, esperando a que la tormenta cese. Ese día pasó eso. Ese día, ambos se sentaron a mi lado y nos pusimos a ver la tele. El corazón me seguía latiendo a velocidades furiosas, y las lagrimas seguían despidiéndose de manera continua. Pero nosotros mirábamos la tele. Y ellos hacían chistes. 

Y nunca me sentí juzgada.

Lo que quiero decir es, que con las personas correctas, toda tormenta puede llegar a su fin. Es más, tus amigos no te van a curar la depresión, y lo saben muy bien. Por eso es que te cocinan un plato de fideos y te dejan nadar en su pileta a las dos de la mañana: porque te quieren mucho. Y las tormentas no nos dejan ver que estamos rodeados de amor, simplemente no tenemos tiempo para notarlo. No tenemos ganas. Hay noches, en las que incluso, no nos interesa. Hay otras, en las que hasta ni siquiera nos resulta suficiente. Y como tus amigos te quieren, saben que no te van a curar nada. Saben que necesitas hacer terapia. Y aunque a quienes estamos de este lado nos cueste asumirlo, la realidad no puede ser más clara ante nuestros ojos.

Si algo bueno puedo rescatar de este verano, es que conocí una nueva cara de las personas que nunca dejaron de estar a mi lado. Porque, de repente, me encontré contenida en brazos desconocidos que se sintieron como volver a casa. Hay gente que, aunque no lo creas, siempre está ahí. Y cuando se quedaron sentados esperando a que terminara de llorar, entendí que el amor no son las historias románticas que vemos en las películas. Toda la vida me ningunearon por no poder vivir un ápice de ellas, pero dudo bastante que quienes lo hicieron, hayan entendido que el amor también se trataba de cocinarle un plato de fideos a tu amiga cuando se hace de noche y vuelve la tristeza. El amor también son los abrazos de tus amigos. El amor también es esperar a que pase la tormenta. El amor, el más grande que vi, se sentó al lado mio a esperar que se me pase. Es nadar en su pileta mientras su familia duerme. El amor tiene muchas, miles de formas. Todas se proyectan de manera constante, y al mundo le gusta hacernos creer que sólo existe en los noviazgos. Pero nunca conocí un amor tan grande como el de aquel día. Porque también se trata de dejarle la porción más grande, de mirarlo cuando está distraído, de procurar que no tenga frío (aunque vos te estés muriendo). Y no necesito ponerme de novia con todos mis amigos para sentir los efectos del amor en mi vida.

Si hay alguien del otro lado que experimenta estos síntomas, que no dude en buscar ayuda profesional. Nuestros amigos no pueden curarnos, pero pueden darnos amor de muchas formas. Y si tuviera que recomendarle a alguien cómo hacer que no duela tanto, le diría que empiece por hablar. Porque, antes de sentir que se me iba a salir el corazón del pecho, mis amigos sabían que yo la estaba pasando mal. Por eso me cocinaron fideos, y me dejaron nadar en su pileta, y me abrazaron cuando estaba a dos segundos de caerme redonda al piso. Por eso, tengo uno que todos los días me dice que hoy me ve bien, y que eso lo pone re contento. Los verdaderos amigos no te juzgan. Te cocinan pochoclos, y te ceban unos mates porque saben que si tomás café se te alteran todos los sentidos. Sanar, es un camino largo. A veces tengo miedo de que sea eterno. Es por eso, que a cualquier persona del mundo, incluso a quienes más reticencia generan en mi mente, les deseo desde lo más profundo de mi corazón, unos amigos como los que tengo yo



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