Mírenla
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Supongo que cuando se levantó eran las 6 y media am. Abrió los ojos y lo único que hizo por un par de minutos fue mirar al techo. El día ni siquiera había empezado. Se sentó en la cama, trató de despertarse y se dirigió hacia el placard. No se lo olvida más: el pulover marrón con animalitos, el jean gris, las botas con cordones y ese broche nuevo de color beige para recoger su pelo. Se miró al espejo, se lavó la cara y se retocó los ojos con delineador. Un sobretodo negro, un paraguas y las llaves. En dirección a la puerta, tomó un trago de té a las apuradas y se fue.
Esperó el micro durante 7, 8 minutos. Sabía que los días de lluvia nadie salía de su casa, por ende el mismo iba a estar vacío. Cuando al fin llegó, tomó asiento y se colocó los auriculares. Le dió play a una canción, y no me acuerdo cual... porque si la supiera, no volvería a escucharla nunca.
Ahora si había empezado el día, pero si ella hubiese sabido cómo ese día iba a ser, hubiese preferido volver a recostarse y cerrar los ojos para siempre.
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Algo ya estaba desacomodado. Pasó un auto y la empapó, porque el día no paraba de expulsar gotas de lluvia y los charcos eran inmensos. Se volvió hacia atrás para buscar algún pañuelo en la mochila pero no encontró nada. Se resignó, cruzó la calle, y se encontró con sus amigas para tratar de reírse de lo sucedido. Entraron a clase, se sentó cada una en su lugar, y no faltaba más de media hora para que su vida cambiase para siempre.
Risas haciendo eco. Miradas clavadas en su rostro. Pánico, vergüenza. ¿De qué? No lo sé. (Si lo sé). Agarraba el celular y miraba la hora. Los minutos no pasaban, el tiempo se había tomado un descanso. Entraba a twitter a leer los trending topics. No pasaba nada. Entonces, ¿Qué era? Ni ella lo sabía, ni yo. Pero a partir de ese día cambió todo.
Al siguiente, fue al colegio con la esperanza de que todo haya pasado, pero no. Las miradas seguían, en especial, de cuatro personas: él, ellos dos y otro más que no recuerdo. Se rieron toda la mañana de la pobre sin parar. Vaya a saber cual fue el motor de su risa... Pero cada vez que ella recuerda esas miradas, esos gestos, esa risa perversa... no hace más que largarse a llorar.
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Caminaba por la calle distraída. Perdida. Su cuerpo no estaba en eje, y por algún motivo nunca pudo averiguar a qué se debió toda esa parafernalia, pero si supo que nunca más se recuperaría de ello. En el fondo, ella tenía una intuición horrible, espantosa. Y es hasta el día de hoy en que el miedo la invade, como si fuera humo rebotando entre las paredes.
Iba todos los días al mismo lugar: Su templo, esa mítica librería. No tenía un peso partido al medio, pero de todas maneras le brillaban los ojos cuando veía todos esos libros y todas esas series que tanto le gustaban. Ni bien cruzaba las puertas de ese bello Ateneo, el aire cambiaba. No sé como explicarlo... era como una burbuja aislante. Era otro mundo aparte.
«Un día más». Ella siempre se repetía lo mismo. Hasta que uno de esos días entró a esa librería y no paso nada, seguía en el mismo mundo que antes. Ese día si que fue horrible, fue uno de los peores y si no me equivoco, el peor de aquella época. Entonces se volvió a su casa y esperó a que todos se fueran. Cuando la misma quedó a solas, cerró la ventana... y con la habitación envuelta en la más profunda oscuridad, se largó a llorar como «casi» nunca antes lo había hecho en su vida.
En cierto punto ella resucitó. Tardó 7 meses más en hacerlo. En el proceso, cometió el error de enamorarse de uno de sus Estocolmos, el cual por algúna extraña razón había cambiado rotundamente. Así siguió la historia por un buen tiempo. Los fantasmas seguían y seguían. El baño era su mayor escondite y podía pasarse horas y horas leyendo, llorando, hablando consigo misma y demás. Se miraba al espejo y pasaban varias cosas. Algunos días decía: "Es hoy. El final.", pero otros tantos, apretaba con fuerza sus manos contra el lavamanos y se decía que podía. Que ella podía. Cuando se despertaba temprano, se maquillaba y se arreglaba, y por más que aquellos pobres le arruinaban el día, seguía adelante. Remaba en un océano de dulce de leche con dos palitos de helado, pero no saben como remaba... ¡No saben! Algo de adentro ocultaba un motor que no hacía más que explusar fuerzas. Y con la certeza de que en algún momento todo iba a estar bien... sobrevivió.
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Creo que ya no tenía los mismos miedos que antes. Estos habían sido reemplazados por otros. El amor la envolvía en la felicidad pero cada vez la envoltura era más ajustada. Así quedó atrapada entre unas redes que hoy día ya son amigas, porque nunca pudo salir de ellas.
Las secuelas quedaron, pero ella siempre trató de evaporarlas. Hizo oídos sordos a todas aquellas risas que sintió en su espalda y trató de esquivar todas esas miradas de reojo que no hacían más que desear que la tierra se la devore. Siguió caminando, y no sé realmente como pero de alguna forma... hoy lo sigue haciendo.
La librería siguió siendo su templo. Hoy día también lo es. Ha conocido a miles de personas y todas ellas han tenido la oportunidad de ser invitadas a ese lugar. Algunas veces ha temido por si misma cuando tenía la necesidad impetuosa de concurrir a aquel sitio, porque ese, lamentablemente, no era un buen síntoma. Pero de todas maneras intentó siempre salir adelante. No es una guerrera ni una heroína, nada de eso. Es una persona normal. Se salvó a si misma cuando tuvo que hacerlo, algo que haría cualquiera. Solo que yo decidí hacer un recorte del mundo y contar solo su historia.
¿Que si hay más? por supuesto. Todo esto duró casi dos años. A veces se va, a veces vuelve. Pero ella sigue. Siempre sigue.
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