al oeste
Una hora por día con la mirada dirigida hacia el vacío interminable. Igual me lavaba los dientes y me bañaba casi todos los días. La cama era un desastre infinito que nunca volvía a tener las cosas en su lugar, casi casi como yo.
El dolor, para mi, es exactamente igual al pasto que crece debajo de las baldosas de un patio que hace 30 años es del mismo color. Horrible. Seco. Incorrecto. Fuera de lugar. Las paredes son rojas, pero no como tu corazón, sino como la tristeza más aguda que puedas encontrarte. El piso esta lleno de tierra seca que no se va ni con la marea más grande de sorbos de agua que tomes por día. Lamento que no puedas entenderme, siempre quise que alguien me entendiera.
Él se sentaba al lado mío y me acariciaba la espalda mientras todos mis dolores salían a respirar el aire fresco. Pero por dentro yo me ahogaba. Era como un trueque. Toma mis ojos, mi vida y mi aire; a cambio quiero, por lo menos, 5 minutos de paz.
El silencio me inundó más de dos veces por día. Ellos siempre tuvieron algo mejor de que hablar.
Aburrí con mi soledad más veces de las que puedo contar. Era una estructura con dos manos que sostenía todos los órdenes de la vida con profundo equilibrio, pero un día me preguntaron "¿cómo estás?" y mi estructura se disolvió alrededor de todos los problemas de mi vida. Nunca pude ponerte un nombre, pero me destruiste como nunca nadie lo hizo. Había gente que lo notaba desde afuera, pero creo que te tenían miedo. Los juzgo en silencio casi todos los días, pero yo también te temía un poco.
Me mostraste 80 futuros distintos, todos terminaban en el mismo lugar. Mientras tanto yo vivía enojada porque mi cuerpo tenía muy poco lugar para ser feliz. El momento con el que había soñado toda mi vida llegó justo cuando estaba tirada en el suelo. Algunos días me ayudaba a caminar, pero mi miedo a aburrirlo ganaron la partida y nunca más pude romper el silencio. Lloré sola y a escondidas cuantas veces pude. Me quedé sin protección así que ni siquiera pude pedir ayuda. El día que intenté ponerme de pie me contestó una máquina del gobierno. El panorama era absolutamente gris, un dolor del color que toma la plastilina cuando cometés el error de mezclar todos los colores.
La cama me abrazaba todas las mañanas. La almohada fue la única que siempre supo todo con lujo de detalles. Ellos siempre me escucharon llorar pero nunca supieron bien que hacer. Ella trató de convencerme de que mis amigos eran personas con vidas y problemas propios. También me dijo que me querían y puede que no hayan sabido cómo acercarse.
Nunca terminé bien de creerle.
El rojizo del patio fue perdiendo su color de a poco. La tristeza me inundó el corazón y la falta de aire me quiso dejar sin aliento tres veces. Las recuerdo a todas.
Todas.
La habitación se volvió gris, blanco y negro. El dolor molestaba, quería salir a toda costa. La noche se tornaba cada vez más oscura. No alcanzaban las memorias, ni los trucos, ni los ingredientes de mi receta favorita. Una y otra vez. No había cosas para ver ni para tocar ni para escuchar ni para oler. Ni siquiera una vida para degustar. Apagué todas las luces y me tapé hasta la mitad de la nariz.
Hasta que vino ella y se sentó en un costado de la cama.
—Tomá. Acá tenés tus ganas de salir adelante.
Bellisimo 💖
ResponderBorrarmuchas gracias por leerlo ♥
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