Explícito
Siempre escribo desde el dolor: siempre desvío hacia el camino de la crueldad.
Hace dos meses me separé. Conocí a una persona increíble, y fueron 4 años hermosos, pero la relación llegó a su fin. Dejó la vara en el cielo, algo de lo que estoy profundamente agradecida dado que el 90% de la población masculina deja mucho que desear. Nos amamos, nos quisimos, nos acompañamos, nos hicimos felices, nos hicimos reir, nos hicimos un poco de daño sin querer, y un día nos dijimos adiós.
Pero afuera no había nadie.
Vuelvo a repetir: lo hago desde el dolor, no desde la crueldad. Lloré toda la tarde del sábado. Lloré hoy mientras amasaba los ñoquis, por primera vez en el año, sola. Lo cierto es que oscilo entre el pasado y el presente. Oscilo entre el contacto cero y el contacto cien. Si estas leyendo: quiero que sepas que esto no es tu culpa, que nosotros estamos bien, que hemos hablado infinidad de veces de cómo fueron ellos con nosotros, conmigo, con todos. Ese es el dolor desde el que hablo yo.
Mis amistades son como esos archivos de Word que se llaman "última versión-última última versión-última versión posta-última versión posta posta". Así, pero con oportunidad. ¿Cuántas veces sentí dolor en nombre de todo el amor que les tenía? ¿Cuántas horas del día dediqué hoy a llorarlos? Ayer le dije a Luciana que siempre les daba un último changuí: yo sabía que hoy iba a despertarme esperando sus mensajes. Confié en que no sabían nada, dejé mis enojos de lado y me abracé a la idea de que, quizás, no tenían idea de que nos habíamos separado. La vida y las redes tienen eso: "subió una foto de una planta, debe ser feliz". No, no era feliz. No, no estoy feliz: estoy furiosa, estoy triste. Siempre termino dando últimas oportunidades. Ayer les dije a mis papás que todavía sigo enojada por cosas del colegio. Me duele en el alma haberme despertado y haber agarrado el celular. Me duele en el alma que nadie me haya mandado un sólo mensaje preguntándome cómo estaba, cómo estoy. Nadie sabe como estoy. La gente toma partido y te abandona en nombre de ideas que aparecen y se cruzan por su cabeza. No hay nada de realidad: absolutamente nada.
Nada.
Estoy atravesada por el pasado: siempre. Estoy angustiada, enojada, pero sobretodo triste. Estoy profundamente triste, profundamente decepcionada, profundamente dolida. Crecimos atravesados por el amor y la suposición: no sabemos cómo es el otro, ni cómo está, ni quién es; el otro siempre es lo que creemos que es, y está como suponemos que debe estar, y existe en base a lo que yo creo que debe existir. Nunca hay contacto con la realidad, por eso este mensaje es explícito. Porque me encantaría poder decir que la que no se acerca soy yo, que el problema es mío, que puedo solucionarlo, pero no. Ninguno de nosotros se acerca, ni yo recibo los abrazos que necesito, ni doy lo que los demás quieren.
Acá estoy, separada de todos. De eso se trata la vida a veces: abrazar el presente, abrazar a las personas que sí me preguntan todos los días como estoy. Abrazar a Luciana cuando me abraza en medio de las lágrimas. Escucharnos. Ir a una plaza. Contestarle una historia. Eso es mi vida hoy: el amor esta todo ahí. El único mensaje que recibí fue del mismo del que siempre me hablaron mal, del que viven hablando por detrás, del que esperan que se vaya para reirse. Ese es el único que siempre estuvo, hace 20 años ya.
Igual, el día que corrí a la casa de mi ex para que me consuele por nuestra ruptura debería haberlo sabido. Está todo tan cantado que me siento una boluda. Es todo tan pero tan obvio que no me dan las manos para escribir: furia, dolor, tristeza, decepción, esperanza.
La boluda sigue teniendo esperanza.
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